4/15/11

Desde la fragilidad: La sociedad civil construye el bien público


Desde la fragilidad: La sociedad civil construye el bien público.
Antonieta Mercado

A Javier Sicilia y a los deudos de esta guerra, que somos todos.
Aristóteles decía que era importante cultivar las virtudes de la sociedad y del individuo, y que si un individuo crecía en un ambiente en el que no se le enseñaba la virtud moral e intelectual como una práctica social cotidiana, entonces su vida no podría ser completa, ni virtuosa ni feliz. Por ello la política debía de ser una de las mayores actividades para el ejercicio de la virtud. La política, era la más grande de las virtudes, en la que la moderación de las pasiones podría cultivarse. Aristóteles también pensaba que una vida cívica virtuosa no podía construirse cuando había diferencias económicas groseras entre los ciudadanos. Una sociedad desigual, no era un sitio propicio para desarrollar la virtud, y sí un lugar para el cultivo a las pasiones extremas, como el odio, la envidia y la violencia.
Ciertamente si uno voltea al estado mexicano en estos tiempos, la clase política carece de la virtud aristotélica del ejercicio del bien público. Es más, no hay discusión entre los políticos sobre lo que esto significa, sobre ¿para qué se gobierna?. En los últimos años, las discusiones se han centrado en exaltar la acumulación y el consumo excesivo como muestras de virtud o de “éxito” y ridiculizar a los que no pueden acceder a éstos. Desde la colonia también se ha fomentado el saqueo, la trampa y el entreguismo, prácticas cotidianas de nuestras élites, aunado al desprecio por los indígenas, los pobres, las mujeres, los homosexuales y en general los considerados “débiles” o “anormales”. Así, las grandes mayorías en México, nos hemos convertido en los “losers” de esta sin razón económica, política y cultural que muchos llaman nación.
Los políticos se dedican a pulir su imagen pública, en la que proyectan sus tácticas de trepa para colarse en el retrato, sus peleas internas, salir bien en la foto de la próxima boda del hijo del personaje importante, a la que asistirá el cardenal de moda….en donde conocerán al funcionario que los conectará a su próxima chamba. Esta es la enseñanza que dan nuestras élites al resto de la población, esto es lo que hemos aprendido de ellos.
En el Siglo XX en México, con contadas excepciones se hizo de la política una vía para acceder a la obtención de un botín económico, no para discutir el bien común. Siendo un país colonial, nunca tuvimos un proyecto de nación diverso ni nos planteamos la posibilidad de una reconciliación nacional por las heridas que todavía arrastramos de nuestro coloniaje. Ni durante la transición a la democracia --aún con el grito zapatista de “no más un México si nosotros”-- nos atrevimos a auscultar nuestro clasismo, racismo y demás ejes discriminatorios comunes en nuestra vida cotidiana.
No es extraño entonces que entremos a la segunda década del Siglo XXI con una clase política que ha perdido todo contacto con “el bien común” menos le interese que haya educación cívica para aprender la virtud de vivir en sociedad. Al cultivar la personalidad neoliberal e individualista, también dejamos que la brecha económica entre pobres y ricos se incrementara groseramente. Tenemos al hombre más rico del mundo, pero nadie en México puede aspirar a su ejemplo, pues llegó a ser tan rico usando sus conexiones con el poder. No es digamos, un ejemplo a seguir en el sentido aristotélico.
Tenemos como maestros a miembros de una clase política, una clase “empresarial” junto con sus élites “intelectuales” y clericales ancladas todas en el saqueo, el coloniaje, la misoginia, el clasismo y en el desprecio a lo diverso. Para muchos, el país ha sido una oportunidad de obtener un botín, de pasearse en sus fueros, sin dar mucho a cambio, vaya, sin siquiera tomarse la molestia de conocer a quien gobiernan, o a quien los ha hecho ricos. “Es como hablar con la sirvienta” diría un profesor universitario que conocí.
Esta realidad nos ha encontrado ante la unilateral y absurda declaratoria de guerra contra el llamado “crímen organizado” iniciada en el 2007, una guerra que ni nos pertenece, carente de estrategia, y que fue calculada para medrar políticamente, para consolidar como jefe de estado al presidente Felipe Calderón y una camarilla de incondicionales, que llegaron al poder en una posición endeble, por unas elecciones fuertemente cuestionadas. Ya en el poder, lejos de verse como un conciliador, Calderón se dejo llevar por sus complejos y odios personales, vistiendo atuendos militares sin serlo (ni Dwight Eisenhower vistió como militar cuando fue presidente de Estados Unidos, habiendo sido general de cinco estrellas en el ejército), paséandose con las policías federales y el ejército, enseñando un músculo ficticio muy parecido a los dictadores que ante la falta de legitimidad se refugian en los uniformes y las armas para infundir miedo.
A un psicólogo quizá le corresponda evaluar por qué Calderón se obsesionó tanto con lo militar, pero los mexicanos habremos de padecer el hecho de que su obsesión personal se haya transformado en un infierno nacional, al emprender una guerra sin ton ni son, en la que han muerto cerca de cuarenta mil mexicanos. Las muertes de estos mexicanos (culpables o no) no se han esclarecido y sus vidas se han agolpado como números en una macabra orgía de sangre. Guerra en la que el presidente y su grupo cercano entregaron al país al designio de la “seguridad nacional” de Estados Unidos, sin importar las consecuencias internas a cambio de los beneficios inmediatos de los recursos del Plan Mérida y el apoyo (no incondicional) de los señores de la guerra estadounidenses.
Mientras el presidente que se hizo llamar del empleo, juega con sus “juguetes militares nuevos” como él los llama, las armas automáticas contrabandeadas o enviadas en operativos como “rápido y furioso” a México y usadas por delincuentes, policías, militares, paramilitares y todo el que les pueda poner la mano encima, matan todos los días a hombres jóvenes, niños, niñas, mujeres, ancianos; aparecen más fosas clandestinas con cientos de cadáveres, hay colgados, mutilados, desaparecidos con ácido, entambados, cortados. Muertos casuales, muertos por odio o por aburrimiento del que acciona el arma. No solamente matan los delincuentes, ahora, hasta el más inconspicuo ladrón, se ha dado permiso para la violencia, pues sabe que ante la masacre, las autoridades no buscarán a los culpables de la mayoría de los delitos pues se encuentra muy ocupadas contando los muertos para dar "reportes de avances", o delinquiendo ellos mismos. Vean la nota de La Jornada en la que unos policías municipales en Ciudad Juárez levantaron a unos jóvenes tras un altercado con ellos, y luego éstos jóvenes fueron encontrados asesinados y con huellas de tortura unas semanas más tarde. ¿a quién le han aprendido los criminales? A los grupos militares de élite, entrenados por consultores estadounidenses o en estancias militares en este país; a los policías estatales y municipales que han utilizado el “know how” de su profesión como una oportunidad para unirse al crimen organizado, a muchos políticos coludidos con el crimen organizado y a muchos más etcéteras. Si no lo creen pregúntense por ejemplo, ¿de dónde salieron los Zetas? o ¿qué hacía el hijo de Diego Fernández de Cevallos con un comando de militares -o paramilitares- dirimiendo un conflicto con su ex esposa por la custodia de sus hijos? ¿Por qué no se dijo nada cuando se reportó esta noticia, por qué no hubo pronunciamientos oficiales? ¿debemos pensar que el hijo de un poderoso tiene derecho de echar mano del ejército para dirimir asuntos domésticos o de hacerse de un ejército propio sin que el gobierno se inmute? ¿Dónde están pues la legalidad y la justicia que tanto se esgrimem en los discursos oficiales? Ciertamente la impunidad ha dado pie para tanta violencia. Y allí es a donde quiero dirigirme, a la violencia que nos está tocando nuestros vínculos sociales y personales que creíamos sólidos. La violencia que acaba de tocar al poeta Javier Sicilia, a quien le avisaron que el pasado 27 de marzo le habían matado a su hijo Juan Francisco.

Javier Sicilia ha escrito mucho, y a pesar de su cansancio y su dolor personal por el asesinato de su hijo, ha salido a las calles y ha dado voz a las inconformidades de la sociedad civil ante las pilas de cadáveres y las ineficientes autoridades. El reclamo de Sicilia se ha unido y encauzado al mismo tiempo al de miles de mexicanos que ya se manifestaban de diversas maneras y este año aglutinados en torno a la campaña de NO+SANGRE han dado forma a su protesta multiplicándola por las calles y las redes sociales. No sin la oposición o el silencio de los medios de comunicación oficiales, quienes se han erigido como cómplices de esta guerra de los criminales y los poderosos contra el pueblo. Con este activismo y el reclamo ahora de recopilar los nombres de todos los caídos en la guerra contra el narcotráfico en placas colocadas en los edificios públicos, como un monumento a nuestro propio holocausto, como ha dicho el mismo, Sicilia se ha convertido quizá sin proponérselo en la cara de este movimiento por la paz. Le ha dado forma en la palabra a lo que muchos veníamos sintiendo: que la violencia no se apaga con más violencia, porque si es así, esta escala hasta volverse incontrolable. Como se ha vuelto en tan sólo unos cuantos años.
La estrategia de Sicilia es, como él la ha identificado dar a conocer este estado de vulnerabilidad en la que se encuentra la ciudadanía frente a los principales detentadores de esta violencia: el crimen organizado, los políticos y los órganos llamados de protección o gendarmería. Su plantón fuera del palacio de gobierno en Cuernavaca, concebido desde “la fragilidad” pone en evidencia la falta de atención que ha tenido la discusión de lo que es el bien público en el país. El descuido rayano en el desprecio que el gobierno le tiene a la sociedad civil, evidenciado por ejemplo con el escandaloso asesinato de la activista Marisela Escobedo en Chihuahua en diciembre del 2010, justo afuera del palacio de gobierno en donde mantenía su protesta por el asesinato de su hija, y al más escandaloso silencio de la autoridad suprema nacional ante este y otros muchos hechos violentos, como la también violenta muerte de la poetisa y activista Juarense Susana Chávez en enero de este año.
Sicilia hace un llamado a ese ente en el cual los políticos prefieren no pensar cuando medran, o los criminales cuando delinquen: a la sociedad civil como única oportunidad de refundar las instituciones democráticas del país. Mientras nuestros legisladores ocupan sus cargos y sus escritorios, las verdaderas luchas por el futuro del país como comunidad política viable y las enseñanzas cívicas y democráticas se están dando en las calles, no en las aulas, no en los recintos burocráticos anquilosados. Este reclamo por la recuperación de las buenas pasiones, como la empatía y la solidaridad, de la vida pública como expresión de la virtud social, se está dando en el conjunto de ciudadanos que estamos, como dijo Sicilia “hasta la madre” del manoseo que amplios sectores de la clase política, intelectual, empresarial y gendarme le han dado a todo, a nuestra educación, a nuestro futuro, a nuestra integridad como seres humanos. Estamos hasta la madre de que se nos trate como súbditos de un reino y no como ciudadanos de un estado.
Felipe Calderón se inconformó y dijo que estas marchas con su consigna del “Ya Basta” deberían de dirigirse únicamente a los criminales y no al gobierno. Sin embargo, es demasiado tarde, el gobierno, con el uso que ha dado a la violencia del estado, no ha podido ser garante de la paz, y con altos grados de impunidad hacia los que delinquen no ha podido erigirse en autoridad moral ante la población. Pues cada vez se descubren más y más vínculos entre los delincuentes y los funcionarios, policías y fuerzas llamadas del orden ¿a quién combaten?
La sociedad civil tiene el conocimiento necesario para iniciar un pacto nacional, como decía Aristóteles, se puede enseñar la virtud cívica a partir del replanteamiento del bien público, a través de la práctica y de pensar un proyecto de comunidad política menos a merced de las élites financieras y criminales del país y del mundo, más sustentable en prácticas de respeto por la vida, por la colectividad y por el individuo. En resumen, por la virtud que entraña la cosa pública, la virtud que debiera entrañar el ejercicio político. Una comunidad en la que se pueda decir a los deudos de los caídos que su dolor no se repetirá en otros y que desde esa poderosa fragilidad se puede fincar un país más digno, más sencillo y más noble que el que tenemos. Javier Sicilia lo ha reiterado en sus escritos y en sus comentarios: hay que refundar este país, hacerlo incluso desde la vulnerabilidad en la que nos han acorralado los criminales y los políticos.
Tenemos que hacerlo y arrebatar nuestro bien público de las manos coloniales de élites, mafias y criminales, no hay otra oportunidad histórica. Hay que encontrar fuerza en nuestra fragilidad para reconstruir este país. Ya se hizo en otras ocasiones, recordemos el terremoto del 85 en el cual el gobierno brilló por su ausencia y falta de sensibilidad. La sociedad civil puede y debe actuar. Todos los que se están movilizando desde su dolor e indignación, desde su fragilidad son un ejemplo de la virtud civil que nos hace falta re-aprender. No podemos dejar que nos sigan educando las mafias y las élites en su violencia, odio, avaricia y falta de generosidad.

2 comments:

Anonymous said...

Excelente reflexión, la comparto totalmente.
Guillermo.

Anonymous said...

Antonieta, compatriotas todos:
Increíblemente sensibles y lúcidas sus palabras, Antonieta. Con todo, si revisamos la historia del mundo, NINGUNA LUCHA DE CLASES NI GUERRA CIVIL, NI NINGUNA OTRA HA CAMBIADO JAMÁS NADA. Le seguimos dando la vuelta a las mismas ruindades e infamias.
Se llaman EGO. Siempre ha ganado el ego. Hace falta luchar contra el ego, en una gesta INDIVIDUAL, de cambio personal, nocontra nadie, contra nuestro propio ego.
Y quien no lo tenga, que tire la primera piedra.