5/21/07

El Piporro

Este es un artículo que escribí hace tiempo en Super-Mexicanos, sobre el coloso Piporro. La pelona parca impidió que nos siguieramos comunicándo por vía "barca de guaymas" como él me escribió en un emilio allá por el 2003.Se le extraña, sobre todo por acá por sus chulas fronteras del Norte.

Adios a El Piporro
Antonieta Mercado
10 de septiembre 2003

El Coloso de Rodas no rodó y el Partenón no se partió, pero Eulalio González “Piporro” ya nos dejó. Estudiante frustrado de Medicina, contador titulado sin ejercer, periodista cómico y actor, cantante que llegó al alma del pueblo. El Piporro murió el pasado primero de septiembre, a los 81 años, su edad real. Su edad comercial fue 50 años y su edad funcional 30, según él. En estos días se han escrito semblanzas enteras sobre su vida y su obra y muchos que desde niños escuchábamos sus pícaras interpretaciones norteñas, hemos lamentado su deceso.

Ranchero del rancho y norteño del norte, con su incursión en internet, con su página personal www.piporro.com y sus conocidos “chats” con sus admiradores, era uno de los pocos veteranos artistas que podía ser considerado “global del globo”. Don Eulalio González no cabía en su asombro con la capacidad de esta nueva tecnología a la que dedicaba varias horas al día “navegando, como él mismo lo expresó, aunque él no haya diseñado su propia página, sino un estudiante de Baja California llamado Ernesto Sánchez Valenzuela. Muchos de sus admiradores que vivimos fuera de México, agradecimos profundamente esta incursión en el mundo virtual de don Eulalio, pues en su página se pueden escuchar canciones, leer reseñas y enviar mensajes, algunos de los cuales contestaba él mismo, pues se mantuvo activo hasta el final.

Nació en Los Herreras, Nuevo León y vivió en distintas ciudades fronterizas a lo largo de su vida. Fue un niño que se crío a la orilla de un río, pero ese río fue el Río Bravo y alguna vez llegó a pensar que si cruzaba ese río, la vida se acababa del otro lado, sin embargo cruzó y el resultado fue un gran aporte a la cultura popular mexicana, al retratar la realidad de los migrantes y su influencia en el norte de México en su particular estilo. Uno de los primeros artistas populares, después de Tin Tan, que incluyó la experiencia migratoria en sus canciones y sus películas, cuando la cultura centralista mexicana daba la espalda a esta innegable realidad.

Piporro nos contó la historia de Natalio Reyes Colás (o Nat King Cole), en una de las primeras canciones populares con tema migratorio. Natalio cruzó el río bravo, cambió su nombre y adquirió el gusto por el rock and roll, sin perder sus tradicionales polkas norteñas. También supimos de la insistente muchacha que quería “le ayudara en la pasada” al otro lado, en “Chulas Fronteras del Norte” canción emblemática de su obra musical.

Eulalio González se inició en el cine en los cincuentas, al lado de Pedro Infante en la película “Ahí viene Martín Corona” en la que hizo el papel de un viejito llamado “Piporro” cuando apenas tenía 28 años. De allí se le quedó el sobrenombre con el cual se hizo famoso. Su obra consta de más de cuarenta películas, entre ellas El Bracero del Año, Espaldas Mojadas, El Rey del Tomate, El Mariachi Desconocido o El Tragabalas, así como un sinnúmero de polkas, redobas, corridos y uno que otro rock and roll ranchero con su peculiar y jocoso estilo.

Decía que uno de los propósitos de sus intervenciones al cantar corridos populares fue la de “desmitificar al héroe que estos presentaban”. El Ojo de Vidrio, El Corrido de Agustín Jaimes, Rosita Alvirez y otras interpretaciones recibieron esta forma de enmarcación con sus vibrantes comentarios entre estrofas. Al final no quedaba otro remedio más que reirse a carcajada limpia, con la solemnidad de las trágicas letras del corrido y la lúdica presentación en voz de Piporro, de las posibles razones o consecuencias de la tragedia.

A mediados de los años noventa, pasada ya la época de sus mayores éxitos, la obra de El Piporro recobró relevancia en el discurso de la realidad de la cultura mexicana debido entre otras cosas a que se reconoció la importancia de la diversidad regional sobre la realidad demográfica y cultural del país. En esta época es cuando escribe su Autobiogra…júa y su Anecdotaconario (nombre en honor a la canción de El Taconazo), obra en la que da cuenta de esta diversidad.

El grito de Ajúa, fue su marca de presentación desde el día en que no pudo alcanzar una nota para una canción y en lugar de parar gritó “Ajúa” para completar el tono. Este grito también se asocia con la personalidad abierta y sincera del norteño en la expresión de: ¡Arriba el Norte….Ajúa!

Según el escritor mexicano Carlos Monsiváis, en la época que describe Piporro en su Autobiogra…júa, se pensaba que México era una única nación y que nada era distinto de la cultura del centro, sin embargo las anécdotas, historias y refranes que contiene esta obra, desmienten este mito de unificación nacional en torno al centro.

La realidad es que México es étnica y culturalmente diverso y la figura arquetípica de El Piporro definió ciertas características de la personalidad y el habla norteñas, así como el constante intercambio con “el otro lado” de los habitantes fronterizos y de otros migrantes del país que pasaban por el norte de México hacia Estados Unidos. El Estilo verbal de El Piporro, sincero, festivo, plagado de refranes, irónico; matizó esta experiencia que compartió con nosotros de manera singular, entre taconazo y taconazo.

Antonieta Mercado es asistente de investigación en la Universidad del Sur de California.




http://www.supermexicanos.com/piporro/piporro.htm

5/20/07

El Mito de Sísifo






El mito de Sísifo


Albert Camus




Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes.

Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo, a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la sombra infernal.

Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca. Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. no se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra.

Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia.

¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito?. El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo.

Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no venza con el desprecio.

Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de mas. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevar. Son nuestras noches de Getsemaní.

Sin embargo, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desesperada: «A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievsky, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroismo moderno. No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha. «¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo y limitado del hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos.

En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil vocecitas maravillosas de la tierra. Lamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.

Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.