Deambulando por los senderos de la web, me encontré este poema (reproducido al final de esta entrada) sobre Diógenes y Alejandro Magno, escrito por Ramón de Campoamor en el excelente blog de Gabriel Laguna "Tradición Clásica".
Hace una década yo sólo había escuchado que Diógenes era un sabio excéntrico y como no se sabía mucho de él, no le había puesto tanta atención como a Sócrates, Platón o Aristóteles, que han sido las bases de mi formación teórica. Sin embargo, hace algunos años y un tanto cansada de las corrientes filosóficas basadas en la épica y el romanticismo, encontré una referencia sobre Diógenes. Diógenes, al igual que su maestro, Antístenes, formaban parte de una escuela de pensamiento llamada "los cínicos" (o los canes....pues cínico o kuniko, significa perro). Los cínicos eran profundamente escépticos de cualquier axioma o creencia (de allí que en inglés, cynical sea también sinónimo de escéptico).
Antístenes y sus seguidores, entre ellos Diógenes, renunciaron a los bienes materiales, o por lo menos al exceso de éstos y se dedicaron a fomentar una vida autosuficiente y sencilla, sin el uso de esclavos y sin mayores posesiones materiales. Recordemos que Diógenes era un ciudadano de Atenas, al igual que Sócrates y Platón, pero que renunció a su ciudadanía, o por lo menos a los privilegios que ésta le otorgaba y vivió una vida sencilla en lo material, aunque compleja en lo filosófico. Diógenes en algún momento fue capturado y vendido como esclavo mientras deambulaba fuera de la Polis (de eso hablaré en otro post).
La escuela de Antístenes, los cínicos se convirtió en crítica temprana de la democracia y sus exclusiones: Los que querían unirse a los cínicos, dejaban de ser esclavos, aun cuando no tuvieran bienes materiales, pues la apuesta era la autarquía (autosuficiencia), de igual forma, las mujeres también eran consideradas iguales. El ejemplo de Hipparchia --una cínica muy interesante-- lo demuestra. Muchos vagaban de ciudad en ciudad, criticando las creencias y los dioses de cada una. Al final los cínicos concluyeron que las creencias y los mitos fundacionales de cada sociedad también eran relativos, así es que se mostraban profundamente escépticos de cualquier intento chauvinista de creer que el sitio en donde uno nació y creció es mejor que cualquiera, o que la cultura o el dios o dioses propios son mejores que los ajenos. ¡Vaya grandioso fundamento para una cultura más pacífica! Cosa que el romanticismo y la cultura épica no han logrado....de allí que sea tan aceptable igualar a la guerra y al amor. ¡Cuánta falta nos hace un poco de escepticismo cínico cuando nos enrolamos en peleas épicas y en propósitos románticos!
Lo más asombroso de mi primer encuentro serio con Diógenes fue saber que cuando le preguntaron que por qué había abandonado Atenas como su principal ciudad y deambulaba de pueblo en pueblo, él les contestó que porque él era un "kosmopolita" o un ciudadano del mundo. Aquí es que por primera vez se acuña ese término, que a mí me había siempre parecido elitista, pues siempre lo asociaba con gente de mucho dinero....brindando con martinis en algún sitio en Europa. No se rían, uno tiene sus asociaciones chistosas con respecto al lujo y el elitismo.
Pero no era así, los cosmopolitas (los cínicos, o escépticos), no eran elitistas, sino todo lo contrario. Fueron los primeros críticos en serio de las exclusiones de la democracia, y fueron promotores de una vida sencilla, con comunidades políticas más o menos sostenibles, aunque éstas últimas no fueron desarrolladas por los cínicos, sino más bien por los estoicos un poco más tarde.
Lo que más disfruté de leer las anécdotas que Diógenes Laercio (tocayo de Diógenes de Sínope) escribió 300 años después de la muerte de Diógenes, fueron los encuentros entre Diógenes y Platón, en los cuales el primero siempre mostraba su rechazo al tirano en turno, mientras el segundo (Platón) no tenía muchos problemas en ser más cortesano. Después de todo, no cualquiera renuncia a sus privilegios y recordemos que en ese entonces (al igual que en muchos lugares ahora), sólo unos cuantos tenían el privilegio de ser ciudadanos.
En ese momento yo estudiaba el concepto de transnacionalismo migratorio, y nunca se me había ocurrido (ni se me ocurrió sino luego de algunos años más), pensar en Diógenes como un revolucionario y un crítico temprano de la democracia. Esa fue una asociación que hice después, cuando me atreví, a pesar de todas las reticencias, a utilizar el término "cosmopolita" como unidad de análisis importante para describir el transnacionalismo migratorio. ¿cómo van a ser cosmopolitas los migrantes --escuché muchísimas veces-- si son tan pobres?
Pobres quizá, en lo material, pero no en lo cultural, al igual que Diógenes el cosmopolita.
Como a todos los que nos gusta y estudiamos la teoría política, muchos fuimos educados pensando que la democracia era el sistema político perfecto. Luego que crecimos e hicimos más lecturas por nuestra cuenta, nos quedamos con la idea de que por lo menos, la democracia era el sistema menos malo (dadas las alternativas). Así es que si nos dedicábamos a las ciencias sociales, era un requisito pensar que la democracia (al menos en su forma ideal) era palabra sacrosanta.
Leer a Diógenes, y entender el cosmopolitismo como una crítica sensata a las exclusiones de la polis, fue una lectura distinta y refrescante. Una nueva forma de concebir la práctica ciudadana. Fue tan importante que al final, escribí una tésis sobre esto. Por esa razón...por el momento dejaré el comentario sobre Diógenes y su corriente filosófica (que abordaré en otras futuras entradas) para introducir ahora el poema de Campoamor.
En este poema Campoamor describe en verso, la anécdota que cuenta Diógenes Laercio sobre el encuentro entre Diógenes de Sínope y Alejandro Magno. Este último, aparte de vivir obsesionado con la guerra, el poder y la conquista, vivió obsesionado con Diógenes, ustedes se darán cuenta por qué. Aquí la anécdota:
"Estaba un día Diógenes (el de Sínope) acostado tomando el sol, cuando llega Alejandro Magno y le dice --Yo soy Alejandro Magno--- A lo que Diógenes contesta --Y yo soy Diógenes el cínico---. ¿Por qué no me temes? le dice Alejandro. --¿eres una buena cosa o una mala cosa? responde Diógenes. Alejandro inmediatamente le dice --Soy una cosa buena. Entonces Diógenes replica --pues no te tengo miedo, ¿quién tiene miedo de las cosas buenas? Alejandro contrariado le responde ---Diógenes, dime ¿qué puedo hacer por tí? A lo que el filósofo revira --por favor, hazte a un lado que me estás tapando el sol.
Aquí el Poema de Campoamor
Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están.
-Yo soy Alejandro el rey.
-Y yo Diógenes el can.
-Vengo a hacerte más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí? --Yo, nada;
que no me quites el sol.
-Mi poder...-Es asombroso,
pero a mí nada me asombra.
-Yo puedo hacerte dichoso.
-Lo sé, no haciéndome sombra.
-Tendrás riquezas sin tasa,
un palacio y un dosel.
-¿y para qué quiero casa
más grande que este tonel?
-Ricos manjares devoro.
-Yo con pan duro me allano.
-Bebo el Chipre en copas de oro.
-Yo bebo el agua en la mano.
-¿Mandaré cuanto tú mandes?
-¡Vanidad de cosas vanas!
¿Y a unas miserias tan grandes
las llamas dichas humanas?
-Mi poder a cuantos gimen
va con gloria a socorrer.
-¡La gloria! capa del crimen;
crimen sin capa ¡el poder!
-Toda la tierra, iracundo,
tengo postrada ante mí.
-¡Y eres el dueño del mundo,
no siendo dueño de ti?
-Yo sé que, del orbe dueño,
seré del mundo el dichoso.
-Yo sé que tu último sueño
será tu primer reposo.
-Yo impongo a mi arbitrio leyes.
-¿Tanto de injusto blasonas?
-Llevo vencidos cien reyes.
-¡Buen bandido de coronas!
-Vivir podré aborrecido,
mas no moriré olvidado.
-Viviré desconocido,
mas nunca moriré odiado.
-¡Adiós! pues romper no puedo
de tu cinismo el crisol.
-¡Adiós! ¡Cuán dichoso quedo,
pues no me quitas el sol!-
Y al partir, con mutuo agravio,
uno altivo, otro implacable
-¡Miserable! dice el sabio;
y el rey dice: -¡Miserable!
Las Dos Grandezas
Ramón de Campoamor
Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están.
-Yo soy Alejandro el rey.
-Y yo Diógenes el can.
-Vengo a hacerte más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí? --Yo, nada;
que no me quites el sol.
-Mi poder...-Es asombroso,
pero a mí nada me asombra.
-Yo puedo hacerte dichoso.
-Lo sé, no haciéndome sombra.
-Tendrás riquezas sin tasa,
un palacio y un dosel.
-¿y para qué quiero casa
más grande que este tonel?
-Ricos manjares devoro.
-Yo con pan duro me allano.
-Bebo el Chipre en copas de oro.
-Yo bebo el agua en la mano.
-¿Mandaré cuanto tú mandes?
-¡Vanidad de cosas vanas!
¿Y a unas miserias tan grandes
las llamas dichas humanas?
-Mi poder a cuantos gimen
va con gloria a socorrer.
-¡La gloria! capa del crimen;
crimen sin capa ¡el poder!
-Toda la tierra, iracundo,
tengo postrada ante mí.
-¡Y eres el dueño del mundo,
no siendo dueño de ti?
-Yo sé que, del orbe dueño,
seré del mundo el dichoso.
-Yo sé que tu último sueño
será tu primer reposo.
-Yo impongo a mi arbitrio leyes.
-¿Tanto de injusto blasonas?
-Llevo vencidos cien reyes.
-¡Buen bandido de coronas!
-Vivir podré aborrecido,
mas no moriré olvidado.
-Viviré desconocido,
mas nunca moriré odiado.
-¡Adiós! pues romper no puedo
de tu cinismo el crisol.
-¡Adiós! ¡Cuán dichoso quedo,
pues no me quitas el sol!-
Y al partir, con mutuo agravio,
uno altivo, otro implacable
-¡Miserable! dice el sabio;
y el rey dice: -¡Miserable!
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