Excelente artículo de hoy en El Universal sobre el clima antiinmigrante en Europa. Pese a los ideales cosmopolitas que se desarrollaron en las últimas décadas en el viejo continente, muchos de estos idealistas pensaban en una Europa unida, no en un sitio para bienvenir inmigrantes negros, latinos, y pobres. Ahora simplemente recurren a las viejas tecnologías de contención del estado como las bardas y las burocracias. Intereseante leerlo.
Europa cambia; ya no quiere a los migrantes
(Foto: ARCHIVO REUTERS )
MADRID.— El 14 de junio de 1985, cinco Estados miembros de la entonces Comunidad Económica Europea (la actual Unión Europea): Alemania, Francia, Luxemburgo, Bélgica y Holanda, firmaban en la localidad francesa de Estrasburgo el Tratado de Schengen. Por primera vez en la historia del viejo continente se suprimían las fronteras comunes.
Europa aspiraba a ser una potencia mundial al nivel de Estados Unidos, a tener una única voz, a ser la defensora de los derechos humanos, de las libertades, de la democracia, y a cooperar con los países más desfavorecidos.
Diez años después entraba en vigor el tratado de Schengen y durante los años siguientes la mayoría del resto de los 27 países miembros lo suscribían. Europa creaba una única frontera exterior y el sueño de muchos: la libre circulación de personas, se hacía realidad. Ya no había que esperar largas filas en las fronteras, ni enseñar el pasaporte, ni pasar por aduanas. Bastaba, por ejemplo, llegar a España procedente de México para de ahí viajar libremente por todo el territorio Schengen.
Hoy, las cosas han cambiado. El próximo mes de septiembre los 27 jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea se van a reunir.
Su objetivo: modificar el Tratado de Schengen. Se han dado cuenta de que la libre circulación de personas no es una buena idea, sobre todo cuando se producen revueltas en el norte de África y a sus países llegan flujos masivos de inmigrantes que ninguno de ellos quiere acoger. Y ahora son menos solidarios y buscan cómo dar marcha atrás. Por eso van a intentar ponerse de acuerdo para reintroducir temporalmente controles fronterizos dentro del territorio comunitario, en caso de flujos masivos de inmigrantes. Argumentan que es mejor que el tratado se modifique, a que desaparezca.
“Romper Schengen, uno de los tratados más importantes para construir una Europa realmente unida, es todo un síntoma de lo que empieza a pasar en Europa”, asegura el abogado Francisco Muro de Iscar.
“La crisis está haciendo que muchos opten por tratar de salvarse solos, ignorando la solidaridad, y se está provocando que algunos den la espalda a los derechos humanos y cierren las puertas a los más desfavorecidos”, añade. “El problema no es sólo ético o moral, porque no se pueden poner puertas al campo ni se pueden apoyar las revoluciones democráticas en el norte de África o en los países árabes y al mismo tiempo cerrar nuestras fronteras. Es una hipocresía y un desafío al sentido común”, asegura.
Los más duros
La propuesta ha partido de París y Roma. Tanto el presidente francés, Nicolas Sarkozy, como el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, defienden las posturas más duras contra la inmigración. Sarkozy por las elecciones del próximo año y Berlusconi presionado por sus socios de gobierno de la Liga Norte. Pero ambos porque han sido las principales “víctimas” de las oleadas de inmigrantes irregulares procedentes del norte de África.
En el caso de Italia, han sido más de 35 mil los inmigrantes económicos y refugiados políticos que han llegado a sus costas en estos últimos meses procedentes de países como Túnez y Libia. De allí, y gracias al tratado de Schengen, han podido viajar a Francia, donde muchos de ellos tienen familia. Berlusconi les otorgó una documentación provisional con la excusa de un sentimiento humanitario, pero con la intención de facilitarles su llegada a Francia y así quitárselos de en medio, lo que provocó un conflicto con Sarkozy, quien cerró la frontera ante la pasividad de la Comisión Europea.
Para Juan Escudier, la sensibilidad de Francia e Italia en temas de inmigración “es similar a la de una piedra pómez, pero no es menor a la del resto de países de la UE”.
El periodista recuerda la reacción española ante las oleadas de cayucos (pequeños barcos de madera con inmigrantes africanos) llegados a las Islas Canarias (sur de España frente a las costas de África) y la exigencia de que la agencia europea dedicada al control de fronteras, Frontex, actuara de forma preventiva impidiendo su llegada, “lo cual era saltarse tanto la Convención de Ginebra sobre los refugiados como la del Derecho del Mar de la ONU, que no contempla que un barco pueda inspeccionar a otro en alta mar”.
Pero Francia e Italia no han sido los únicos. El resto de los países europeos son conscientes de que la libre circulación de personas permite, a la vez, la libre circulación de terroristas.
No olvidan los atentados terroristas de septiembre de 2001 (11-S) en Estados Unidos perpetrados por Al-Qaeda, ni los del 11 de marzo de 2004 (11-M) en Madrid o los del 7 de julio de 2005 (11-J) en Londres. Y ahora ven con preocupación la masacre ocurrida en Noruega, en la que han muerto 77 jóvenes militantes del Partido Laborista a manos de un ultraderechista xenófobo.
Por lo pronto, Dinamarca ya ha dado el primer paso: ha ignorado Schengen y ha restablecido los controles fronterizos lo más rápidamente posible y de forma permanente con Alemania y Suecia. Y lo ha hecho con el apoyo del xenófobo Partido del Pueblo. De acuerdo con el Servicio Migratorio Danés, hasta 2001 los principales solicitantes de asilo eran afganos (25%) e iraquíes (24%).
El resto de los países también están de acuerdo y cada vez hay un mayor rechazo hacia los inmigrantes entre la población, lo que se traduce en votos a partidos antiinmigrantes que pregonan la necesidad de defender la genuina identidad nacional, alientan conductas violentas y odios hacia las minorías inmigrantes, a quienes acusan de apropiarse del Estado de bienestar de la población.
En España, país de la Unión Europea con el mayor número de desempleados —más de 4 millones—, hasta el momento sólo hay un partido, la Plataforma Per Catalunya, racista y xenófobo, con su rechazo a los inmigrantes como único ideario.
Aunado a lo anterior, en Ceuta y Melilla, que por su cercanía a África cada año atraen a cientos de migrantes, se han duplicado las vallas fronterizas.
Escudier subraya el caso de Túnez, “especialmente sangrante porque acoge en su territorio a decenas de miles de refugiados libios, de los más de 600 mil que desde el inicio de los combates se han repartido por Egipto, Argelia, Chad o Mali”. “Todos estos países han mantenido abiertas sus fronteras”, recuerda. “Su humanidad y su decencia es directamente proporcional a nuestra bien alimentada hipocresía”.
De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), sólo en Europa hoy en día hay 250 centros de internamiento para extranjeros, lo que supone que haya unas 30 mil personas detenidas sólo por el hecho de no tener papeles.
Algunas permanecen hasta 18 meses en estas prisiones, en las que no son infrecuentes los casos de maltrato físico y discriminación.
Según la OIM, los 25 países más ricos del mundo dedican entre 25 mil y 30 mil millones de dólares al año en identificar, rechazar y expulsar a las personas que no cuentan con papeles y que llaman a sus puertas.
Pero el viejo continente no sólo cierra sus fronteras. Con la llegada de la crisis económica y las altas tasas de desempleo, los gobiernos europeos cada vez ponen más trabas a la inmigración. Alientan el retorno de inmigrantes a sus países de origen, fortalecen las medidas contra los empleadores de migrantes en situación irregular e introducen medidas de protección en los mercados laborales locales. Y el próximo mes de septiembre plantearán la creación de un sistema europeo de guardias de fronteras.
Las miles de personas que cada año huyen de sus países en busca de un futuro mejor, tendrán que buscar otros destinos. El viejo continente ya no es tan solidario como antes con los migrantes: ya no los quiere.